Susana es del norte, por motivos académicos –decidió estudiar
en la capital- se vino a Santiago. Pero donde ella nació casi no llueve, así
que no sabía muy bien de qué se trataban los inviernos con precipitaciones.
El primer otoño que pasó acá en Santiago, un día de abril,
al salir de clases se enfrentó a la lluvia, lo primero que notó fue el cambio
de humedad y ese olor a limpiecito -así lo describió ella- y luego esa melodía constante y “dulce” que
produce el sonido de las gotas al chocar con alguna superficie (era una lluvia suave).
Ahora, cuando han pasado un par de inviernos desde aquella
primera vez; cada vez que llueve y tiene tiempo, Susana sale a caminar,
escuchando cómo la lluvia cae en su paraguas, mientras un “algo” parecido al regocijo
invade su alma.
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Algo así inventé en el test de la persona bajo la lluvia
en una entrevista en el colegio arabe.
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