Diálogos que calan el alma


A veces hay diálogos que parecen cotidianos, comunes, que podrían pasar desapercibidos, pero que de alguna manera calan el alma, la reconforta, la fortalecen.

El domingo estaba con una amiga, hablando de la vida, pasamos de temas livianos a analizar lo duro y complicado que a ratos parece ser vivir; entonces entre medio ella me dijo: ¿pero no te sientes bakán? A los problemas les haz hecho ¡Pow! ¡Pow! -mientras hacía el gesto de estar boxeando-,  y sigues –mientras hacía el ademán de sacudirse, luego levantaba los brazos y hacía el gesto aquel en que se avisa que uno está bien-. La miré, sonreí y le dije que sí, pero que estaba cansada. Y me dijo, sí, te entiendo, pero más deberías estar orgullosa y sentirte bakán.

Es curioso, en general noto mi propia fortaleza, mi lucha y la paciencia; entre las dificultades me repito que ya se acabará, que ya se me ocurrirá algo, que algo pasará y las cosas mejorarán. Pero en ese instante, escucharlo de mi amiga me caló profundamente, en una época algo complicada de mi vida, me dio ánimos para no aguantar circunstancias -que sí puedo cambiar- solo por miedo.

Otros lindos diálogos, son los que se forman con el señor V, cómo ayer cuando me preguntó qué tal mi día y le dije que en realidad no había hecho mucho y me contestó, está bien, haz hecho mucho por mucho tiempo. Me gusta su don de la palabra, lo amable que es, el bello ser humano que parece ser.

Sonrío, porque hoy es un día soleado, estoy en mi hogar, ese que yo he armado, escribiendo en mi cama, con sabanas limpias y un colchón cómodo, es reconfortante, por la ventana veo la ciudad bulliciosa y algo contaminada, pero de alguna manera hermosa, hay mucha gente ahí, hermanos, hermanas, que son parte de un mismo todo y sé que hay amor. Sonrío por el cariño que llevo en el recuerdo, que se aloja en mi cuerpo, sonrío porque me siento  querida y bendecida, sonrío suavemente porque siento un gran afecto por mucha gente y a veces por todo.


Mi tía

Hace unos días murió una tía, en realidad no tenía una relación cercana con ella, pero cuando fui al funeral me acordé de cuando era “chica” y la íbamos a visitar seguido, ella era bastante amable, su casa siempre estaba llena, siempre había alguien que la iba a visitar; y acogió a varios niños en su casa, que a la hora de sepultarla la despidieron como a una madre. Lloré, con algo de resistencia, lloré, no porque fuera a extrañar a esa mujer valerosa, sino porque se notaba que dejaba un hueco enorme en sus familiares sanguíneos cercanos y en los familiares adoptados. Lloré porque me acordé y añoré los almuerzos de los domingos en su casa, en donde primero almorzaban los niños y comíamos cazuela de pollo con cilantro picado por encima, me gustaba la comida de esa mujer grande, sus manos “gorditas” con anillos que mostraban que era una mujer de trabajo, ella el pilar de esa familia medio alocada. Supongo que mi tía tuvo defectos, quién no,  pero es difícil pensar en ellos, porque ahora lo que prima es su calidez, esa que entregaba a través del trato amable, del cariño otorgado, de la acción de acoger y la comida rica.