"TRANSANTIAGO"

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Hoy desperté a las 11.00 AM., gracias a la llamada telefónica de la mamá de una amiga que estaba alojando en mi casa, extrañadamente la señora me colgó, quizá gracias a la voz de bruja, asesina a sueldo con la que conteste. Cuando colgué me quede mirando el piso y mis pies descalzos, pensando en que quizá quien llamaba era aquel psicópata que a veces llama compulsivamente y me invita a hacer obscenidades, pensé en descolgar el teléfono, pero especulé que podía llamar dicha señora que se espantó con mi voz, al final ella volvió a llamar a los diez minutos y mi amiga se tuvo que ir (quizá pensó que con mi voz, era capaz de dañar a su hija).

Mi amiga es de Melipilla y esta fue la primera vez que vino a mi casa, así que la tuve que ir a dejar al Terminal, la pregunta era ¿Cómo llegamos hasta allá con la nueva forma de locomoción? La respuesta estaba en el “bello” mapa que mágicamente había llegado hasta mi patio.

Cuando me detuve a analizar dicha hoja inmensa llena de colores y rayas, mi espíritu positivo y defensivo que simpatizaba con aquel sistema, por el cual tanta controversia existe, se vio seriamente afectado, dañado. Descubrí que no todo era tan lindo.

Resulta señoras y señores que los recorridos son cortos y rectilíneos, las troncales van por las calles principales con pocos virajes y no cruzan Santiago, como algunas avezadas antiguas amarillas que por $380, lo llevaban a usted desde San Berdarno hasta las Condes. Además las locales se dan inmensas vueltas cerquita de donde usted vive, sin avanzar mucho, así que calculando, si usted tuviera que caminar 20 minutos para tomar el metro, a menos que tenga alguna lesión en las rodillas, camínelos, porque la micro colorida que pasará cerca de su casa se ira en zig-zag hasta el lugar de destino y se demorará más, además hace bien caminar.

Inferí, gracias a lo descubierto, que para llegar a los destinos tomaríamos más tiempo, y lo peor, para el golpeado bolsillo de la prole -que más que mal somos los que nos movemos en el transporte público- habría que hacer más transbordos, triste para cuando llueva y para cuando comiencen a cobrar por cambiarse de micro.

Así yo hoy, para llegar a “Estación central” tengo dos opciones: la primera, si tengo flojera y no quiero caminar, tomar una local y hacer un tipo de viaje intestinal y luego abordar dos troncales (o troncal y metro) y llegar a mi destino con un descalabro en mis bolsillos y un tantito de nauseas. La segunda opción, caminar hasta Santa Rosa y ahorrarme la local. Cuando hasta ayer, una bella micro amarilla (alguna ya estaban pintadas de otro color) apodada con el número 349 me llevaba desde la esquina de mi casa hasta la ya mencionada “Estación Central”.

¡Triste!

Eternidad

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Hace un par de años me evangelicé, o algo parecido, comencé a asistir a una iglesia que se auto dominaba “Cristiana”, tenían pinta de evangélicos extremistas. A mi me bajo toda la pasión por la iglesia, creo que fue en cierta impuesto, yo intentaba sentir aquella devoción desbordante de mis compañeros de Fe y a veces la sentía. Llegué a imaginar que siempre pertenecería a aquella institución, me visualizaba encontrando el amor en aquella comunidad, casándome, teniendo hijos a los cuales inculcaría la Fe cristiana, y por fin anciana, yendo a la misma iglesia, con grandes amigos, hermanos unidos por Cristo. Eso no sucedió, y de alguna forma también lo deje de añorar, el cristianismo simplemente no va con migo.

Cuando tenía once o doce años dejé de comer carne, así de un día para otro deje de ingerir todo aquello que alguna vez hubiese caminado o volado. Pensaba que jamás lo haría, sería una vegetariana (naturista) de por vida. Y un día bajo las torturas de mi alma perdida, me pregunté para qué rayos lo hacía y luego de años sin probar el pollo, comí.

Frente a estos extraños ejemplos les diré que nada es eterno, hay una canción cebollera y lastimosa que lo entona y lamentablemente tiene razón; Pero a veces no hace falta que alguien muera para perderlo.

Lo peor de las perdidas es perder a personas, a veces ni siquiera se nota cuando nos vamos alejando, cuando la incomunicación se adueña de nosotros, cuando las llamadas por teléfono desaparecen y cuando por esas cosas de la vida te encuentras con ese alguien notas que es un desconocido, o a veces te das cuenta de la distancia e intentas eliminarla, pero no resulta; la frustración y la pena invade tu alma, como en una triste y lenta agonía.

Y a veces las perdidas son “a rompe y porrazo”, como diría mi santa madre, y la agonía ya no existe, sino que el golpe te llega de improviso y te quedas en el suelo tirado, analizando las heridas.

Me pregunto si la palabra “eternidad” sólo se creo para definir la existencia de Dios, porque al perecer nada más lo es y de Él hay muchos que dudan que exista, no es mi caso.

Al parecer ni los “para toda la vida”, existen.