IV. Para leer...

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Cambios


Hace un año tenía mucha pena, de esa clase que te hace pensar en dejar de sentir, en dejar de existir.

Hice un contrato con Dios, quizá una declaración jurada -sobre clases de documentos no sé mucho- el punto es que con papel y lápiz en mano y enunciando primero mis antecedentes personales le juré a Dios que en un plazo definido me suicidaría, a medio día y con tranquilizantes, le daba cuatro meses como plazo para hacerme cambiar de idea.

No sucedió lo que soñaba, lo que había perdido sin siquiera tenerlo no lo recuperé ni lo adquirí, los vacíos de mi alma no se llenaron con llegadas inesperadas ni milagros del tipo bíblico.

Supongo que la vida siguió su curso, un curso que me acercó a otros sueños, los que se estaban cumpliendo; y sabiendo que el plazo se cumplía pensaba en la vida, lo que dejaba al dejarla, en lo joven que estoy, en cuánto me queda por delante y en cuánto se puede vivir y hacer con todo ese tiempo: “Quizá me estoy concentrando en una parte muy pequeña”, pensé.

El mundo es grande y el universo aún más, hay demasiados sabores por probar y experiencias por vivir.

Existen los cambios.