Diálogos...

C: Es triste la vida útil que tienen estas copas

(frente a una copa de plástico ya utilizada)

N: Y la de los fósforos…

C: Pero esos son más chiquititos.

N: Por lo mismo son más tiernos.

C: Nacen para ser chamuscados…

M: Y la vida del confort…

C: ¡Esa sí que es triste!

N: ¡Vida de mierda!

M: Pa’ la cagá…

C: ¡Qué choro lo que hablamos!

Charlie y el empleo



Intenté trabajar, dure dos semanas…

En realidad no existe la urgencia de conseguir dinero, mi padre aún me mantiene y no tengo grandes gastos, no uso ropa de marca, ni compro mucho, siempre busco lo más económico y cuando salgo concurro a lugares baratos o actos con entradas liberadas; Además a pesar de todo la Esmeralda, mi madre, aún no me ha expulsado de su casa.

Quizá fue más por escape, para no estar tanto aquí y mantener la mente ocupada en otra cosa…

Busque empleo y comencé a trabajar por dos motivos principalmente: 1)Tengo la secreta ilusión de poder pagarme el arriendo de alguna pieza y dejar esta casa y 2)A mis 21 años ya estoy vieja para nunca haber tenido un empleo real. Pero renuncie, por pura seguridad física, salía demasiado tarde.

Estoy sola, mi mamá se fue de vacaciones y claramente no me llevo, supongo que aun cuando me hubiese invitado no hubiera ido, el alejamiento y los enojos han sido tantos últimamente que vacacionar juntas no hubiese tenido mucho de vacaciones.

He pensado en la familia, en Charlie de “Charlie y la fábrica de chocolates” que prefirió a su familia y la pobreza que una enorme fabrica y todos los dulces que quisiera. Lo sé es raro citar una película para niños, pero a mi agradan, más si sale Johnny Depp en ella.

Claramente yo no tengo la familia de Charlie, no vivo con mis abuelos ni con mi papá y mi mamá nunca haría sopa de col todos los días, ni apoyaría a mi papá cuando se quedara sin empleo.

A mí me toco otro tipo de familia, una más disfuncional, a ratos más desleal, más separada, más silenciosa, más sola.

A veces me aterra la idea que los silencios se expandan infinitamente, que los insultos lleguen a tanto que cuando pasen los años, y mis hijos pregunten por su abuela, yo no tenga respuesta, ni la autoridad moral para enseñarle a perdonar, a convivir y amar.

Extrañaré mi empleo, me gustaba vender helados, ver a la gente enamorada, a los grupos de amigos, a las familias, a los niños maravillados frente a una copa de helado; Más extrañaré a mis compañeros de trabajo, que a pesar de lo poco sociable que soy al principio, igual hablaban con migo y me integraban al grupo; También extrañaré a ese niño sacador de vuelta que pasó los dos primeros días molestándome y que después se hizo el lindo, lo único que me impidió fijarme en él fue que tenía 17 años.

En fin, una experiencia más, y ojala mi familia se parezca un poquito más a la de Charlie, aunque a pesar de todo y al igual que él, yo no la cambiaría por una fabrica de dulces, por más adicta que sea al chocolate.



VI. PARA LEER...

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Inicio del fin… Y del comienzo

- ¿Alguna vez haz querido suicidarte?

- Sí, más de alguna vez…

- ¿Cuántas?

- No lo sé… Me dan ganas cuando me devora la nostalgia; recuerdos de sucesos ya perdidos o de aquellos que no sucedieron y que tampoco sucederán, esos a veces duelen más…

- Y… ¿Qué te detuvo?

- …El amor.

- ¿El amor propio?

- No, el amor que te tengo…

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Susana recordaba aquella conversación con su amante, como un susurro, había sido en una lejana noche, cuando desnudos, luego de hacer el amor, divagaban.

Ahora estaba frente a un precipicio, uno construido, un balcón sobre ocho pisos, un jardín a sus pies y un poco más allá el transito, ligero y expedito. Una idea tentadora en la cabeza: “Dejar de sentir”.

Aquella vez, ante aquella confesión, Susana se había acomodado entre los brazos de su amante, funcionándose con su cuerpo en un acto tierno y pueril, olfateándolo, sintiéndolo. El la miró como siempre, con ojos brillantes, fuertes y reconfortantes. Disfruto del silencio, del abrigo, de los sentidos, del cariño.

Quizá él se había detenido justo en el momento en el que ella estaba, a veces entre la vida y la muerte hay una idea extraña, un límite imperceptible; A veces entre la locura y la razón hay un algo casi inexistente.

Ahora comprendía aquella respuesta, quizá no razonada, quizá primitiva…

Quizá, él se detuvo justo en ese instante por ella, por quererla tanto y evitarle el mal rato, por no hacerla sufrir, por evitarle que se sintiera culpable -por abandonarlo- y se trago la pena, la punzada en el pecho y aquel ahogo constante en la garganta, y por ese coraje la vida le dio una tregua, y volvió a unir sus caminos para que se amaran de esa forma con la que lo hicieron, con el alma, con pasión y en secreto.

¿Cómo se jura el amor que aún no se siente? ¿Cómo vivir junto al ahora extraño, que al mirarlo recuerda lo volátil que puede ser el ser humano? ¿Cómo se vive en contra de los propios principios? ¿Cómo se vive sintiéndose asco?

Miró sus pies desnudos, levemente morados, la noche era fría.

Un sonido en la puerta, un ancla a esta dimensión, la voz del extraño con el compartía su lecho y la decisión tomada de hacerle caso a aquella respuesta primitiva.

- Ya no te amo…

Declaro Susana, como salvavidas, haciendo a un lado el miedo, la pena y la culpa.

Era el inicio del fin y quizá del comienzo.

Aquel hombre, que había elegido como compañero perpetuo, no pronuncio palabra, se la quedo mirando, como a un cuadro de algún pintor excéntrico; Un cuerpo casi desnudo, un frío tremendo, angustia, melancolía, algo de serenidad; sensaciones flotando y la certeza que el amor mutuo ya no existía hace mucho tiempo.

Intento de catarsis

Es sorprendente cómo he perdido la capacidad para desahogarme a través de las palabras; A través del lápiz y papel en mano…

Nunca he sido muy buena para contar mis problemas, creo que escucho más de lo que hablo; A veces lo intento, intento hablar sobre lo que martiriza mi alma, o lo que produce que tenga alojado un nudo en mi garganta, pero las personas, amigos o familiares, terminan ellos hablando, contando sus problemas y mientras los escucho, me doy cuenta que en realidad no les interesa escucharme o no saben hacerlo. Creo que por eso, hace años elegí escribir, quejarme en papel, escribirle a Dios, rogando, contando, preguntando, lamentándome.

Pero desde hace un tiempo, quizá mucho, ya no me resulta; Ya son casi inexistentes las reuniones con mi cuaderno donde declaro mis miedos, dolores y problemas, ya no me extiendo escribiéndole cartas a Dios, ya no hay catarsis, ni análisis, ni organización y el dolor en el cuello aumenta.

Lo estoy intentando, por eso recurro a este medio, al parecer el teclado me es más familiar ahora que el lápiz, y la memoria fantasma de un sitio, me parece más amable que un cuaderno.

Este comienzo de año ha sido rápido, he paseado harto, carreteado, no me quejo me he divertido, pero a ratos la realidad me golpea, la del lugar que debería ser mi albergue, mi santuario, mi hogar; Las paredes donde crecí ya no parecen seguras, ni parecen mías, me siento extraña en la que se supone es mi casa y quien se supone debería protegerme o al menos no ponerme en riesgo, está jugando con fuego, sin importarle la seguridad de su familia.

He ahí la constante necesidad de escapar, de no estar, de disfrutar mientras omito estas paredes; pero aún vivo aquí y mas seguido de lo que quiero debo enfrentar mi realidad y el precio de ser dependiente, de seguir estudiando.