Freak historia, comandante conejo (parte II)

El primer jueves de mi nuevo semestre, me quede en los pasto de las U por puro amor al ocio, y mientras divagamos entre historias de verano, una de mis amiga dijo que se sentía extremada infructífera en ese momento y para solucionarlo sacó un cuaderno, he hizo una tarea que teníamos; Mi otra amiga le dijo que se relajara, y yo empecé con mis teorías de que el ocio si es fructífero, como que gracias al ocio los griegos crearon su filosofía, que aún prevalecen; y que Newton por ocioso descubrió que para que una manzana cayera tenía que haber una fuerza que la tierra ejercía sobre ella…

Luego extremadamente relajada por vegetar en el pasto, me fui a mi casa; siguiendo de ociosa, ya que aún mi vida académica se mantenía relajada, me senté frente al computador y me entraron unas ganas enormes de “carretear”. Entonces acudí al ser que es mi amiga, que más carretes tiene, ella que varias veces me ha invitado y yo he huido por pura perna y que ya se canso de invitarme; le dije entre indirectas bastantes directas, que me llevara a alguno de sus panoramas, tenía varios, pero no incidí mucho en su decisión más que para decirle que a un cumpleaños, que parecía intimo, no, que ahí si me sentía patuda asistiendo. Mientras tanto organizaba escuálidamente mi viernes, una guerra se iniciaba en una de las ventabas del MSN, participé, quizá hasta la inicié, pero la abandone en un nivel que sentí peligroso; más vale callarse que seguir hablando enojada, pensé. Al final ella eligió la USACH, más por atracción hacia uno de sus estudiantes que por otro motivo.

Así que ahí estaba yo, ahora en viernes, otra ves tirada en los pastos de PEDA, haciendo hora con una de las amigas del día anterior, la rejada, la otra no quiso aventurarse en los confines de perder el tiempo, hablando otra vez de las historias del verano y yo medio recordando la discusión mi amigo la noche anterior; cuando ya me iba a comenzar a sentir mal por tal suceso y el hecho que no le veo reconciliación al asunto, el tiempo de ir hacia el carrete ansiado llego.

Mi amiga iba a los Héroes, ahí se encontraría con su amor y harían hora hasta que ella tuviera que ir a trabajar, no crea que trabaja en la noche, en un rubro de dudosa reputación, no, lo hace hacia el anochecer, y haciéndoles clases a adultos.

Nuestro viaje en metro comenzó en Irarrazabal, y cuando hicimos combinación en Baquedano, por alguna extraña razón yo pensé que estábamos en los Héroes, debe ser por que siempre hago combinación ahí cuando voy a Republica, y comencé a mirar donde había una salida para mi amiga, así que mire hacia los finales del anden y el mar de gente nos llevaba y yo hacía una mala sinapsis, declaré: “Por allá hay una salida” y para mi suerte, mi amiga no me escucho, vi las franjas verdes frente a mí y supe mi mala conclusión sobre el suelo que estaba pisando, entonces ella malvada y suertuda me dijo: ¿Lo viste?, no ¿A quién?, al conejo, el de la revolución de los pingüinos… Triste respuesta la de mi amiga. Mientras miraba hacia atrás con la ingenua idea que el mar de gente no se hubiera tragado a mi amor platónico, mi amiga tan atinada en ese momento de mi vida, declaraba: Pero como si es tan alto, paso al lado tuyo, y yo quería decirle que estas cosas me pasan de pura buena onda, por andar buscándole una salida a ella, pero me calle y me limite a hacer una mueca de lamento y a declararle a mi amiga que él era mi amor platónico, se río, mientras yo seguía hablando y decía que me sabía con gustos peculiares, y que podría haberle dicho que era mi amor platónico, que iba a hacer guardia en la estación y desvariaciones varias que no recuerdo bien, que mi amiga celebro con risitas por mi salud mental. Así fue como mi amor platónico paso a mi lado y no lo vi.

Luego fui a carretear y lo volví a dejar en la banca de espera, abandonando por completo la idea de hacer guardia en aquella estación.

Freak historia, comandante conejo (parte I)

Un domingo, en Febrero, estaba de ociosa en mi casa, con ganas de ir a ver un documental: “La revolución de los pingüinos”, en el festival de cine de la UC, era la última vez que lo daban y pensaba en a quién pedirle que me acompañara, por alguna extraña razón, se lo pedí a mi madre, que para mi sorpresa me dijo que no, me enoje, por pura rabiosa sospecho y porque quizá en ese instante estaba pasando por alguna crisis que ya no recuerdo. Así que fui sola, me puse a escuchar algún rock bullicioso de camino, mientras pensaba en a cuántas madres le gustaría que sus hijos la incluyeran en algún panorama dominguero, y que ella, rulosa y somnolienta, rechazaba; luego me sentí medio triste por poseer una vida social poco invasiva.

De llegada a la Alameda con Santa Rosa me compre un barquillo en uno de los pocos negocios abiertos y camine la distancia que hay hasta el centro de extensión de la UC. Me gusta caminar ese trecho los domingos, tan vacío, fresco y con aire casi antiguo. Llegue antes y tuve la posibilidad de elegir el asiento. Mientras sentía que le hacia caso a mi esencia perna y cultural, una parte de mi me decía que debía buscarme una vida más fiestera y beber melón con vino en alguna plaza, poco caso le hice; me sentía bien, abstemica, vestida de niña y a punto de ver un documental, disfrutando de la tarde, escapando del calor y del ocio, esperando con algo de ansias una historia que me interesa.

El documental trataba de la revolución que llevaron a cabo los secundarios en el 2006, contaba las peripecias de los “protagonistas” y los hechos, desde una perspectiva bastante izquierdista sospecho, lo cual sinceramente no me molestó. Durante el transcurso del documental, los entrevistados eran la Maria José, ultra conocida por su participación en el mencionado hecho y el “comandante conejo”, Juan Carlos Herrera, a quién, cuando lo veía por la TV por esos años no me llamó la atención, y que hasta a pesar de mis cargos de conciencia, llegué a pensar que era medio feito. Pero que ahora por alguna extraña razón, quizá el que se viera revolucionario, izquierdista, y extremadamente inteligente, me conquistó.

Me suele suceder que los tipos inteligentes me atraen, esos que parecieran saber de lo que hablan y que por alguna extraña razón llego a pensar que en verdad si lo saben, y argumentan sobre sus declaraciones o son capaces de explicarme algo extremadamente complicado o transmitirme algún tipo de filosofía, me cautivan, la inteligencia se vuelve afrodisíaco, y si a eso usted le agrega “revolución”, me tiene a sus pies… Y si es valiente, llegó a quedar sin celebro yo para seguirlo.

Sospecho que este “comandante” me robo el corazón justo a sus diecisiete años, cuando en el congreso, se paro ante los senadores, las cámaras y el que tuviera presente y se les enfrento, dijo algo que consideré cierto, que ahora no recuerdo bien, pero que tendrá que ver con que en realidad ellos estaban haciendo nada para mejorar la educación; le creí y lo consideré extremadamente inteligente, rebelde, valiente.

Así que salí de la sala de cine con frustración, por el hecho de que las autoridades en verdad no dejaron que las cosas cambiaran mucho, y sólo le cambiaron el nombre a la misma vaina; Pero también iba con la certeza de que tenía un nuevo amor platónico, y me imagine en el sur “acrecentando” colegios, cuando de improviso llegaba él, con su valentía he inteligencia, con su marcada tendencia izquierdista, tan cual Che Guevara y me decía que participara en un proyecto con él, que juntos cambiaríamos el mundo… Bien ñoña mi fantasía lo sé, pero eso fue lo que pensé de camino a una iglesia que esta en el centro, mientras el calor del día estaba dando tregua.

Dentro de la iglesia, una que está en Estado, me senté y pensé en la vida, mientras intentaba que la fe se me contagiara por la simple presencia, me maravillé con la arquitectura de ese tipo de santuario y la paz que entrega, descansé y de alguna forma extraña rece y me fui por un chocolate artesanal, mientras dejaba en la banca de reserva a mi recién adquirido amor platónico.