II. Para leer...

Una extraña amistad

Alejandro tenía olor a detergente. Dana se había acostumbrado, su amigo lo era hace tiempo. A ella le había gustado de niños; recordaba cuando, como y que sintió la primera vez que lo vio: “Lo reconocí”, se decía cuando recordaba aquel episodio.

Pero los años habían pasado; la vida y los caminos los habían separado, ella había amado y dejado de amar; quizá el también.

Un día se volvieron a encontrar; fue en día llovioso, quizá de otoño. Dana estaba feliz, venía de haber comido con un ser querido en un lindo restaurante, cuando en la calle se lo topó; a ella ya no le gustaba y él tampoco mostraba interés de tal índole, comenzaron una bella amistad.

Pasó algún tiempo, el planeta recorrió parte de su ciclo y se dio inicio a la primavera. Dana miraba el techo, afuera el cielo estaba despejado y el sol caía tenue. Su perro ladraba estruendosamente y se decidió sacarlo a dar un paseo.

Ahí, casi corriendo, tirada por su mascota, Dana vio a su amigo reencontrado; fue extraño, el estómago se le apretó y la más grande ternura le cayó del cielo. Él no la vio y ella siguió corriendo tras su perro.

Dos noches después Dana aceptó que le gustaba su amigo; Dos hora después Alejandro le confesó que se había enamorado de un ser al que Dana nunca conoció.

Ella pensó en alejarse, pintarse el pelo y desechar el sentimiento; quizá lo hizo, quizá lo intentó, pero no lo logró. Se repetía que en alguna época él era su amigo, su amigo, y el olor a detergente no la seducía; pero parecía inútil.

Dejaron de verse, a veces él la llamaba, le preguntaba por su vida y le decía que la quería, a ella se le apretaba el estómago e intentaba decir un chiste; se vieron un par de veces, ella nunca le pregunto sobre su amor, ni intentó conquistarlo, no le gustaba destruir cosas, mucho menos relaciones, a ella le interesaba más el construir.

El anhelo era constante, el cariño encapsulado le comenzaba a pesar: “Quizá algún día él se vuelva hacía mí”, se sorprendía soñando Dana. Nada de eso sucedió; cuando el planeta se preparaba para el equinoccio de invierno Dana recibió una llamada inesperada; su amigo ya tenía un nuevo amor.

Al cortar, ella se sentó y miró la noche más larga, se preguntó en que instante él se había desenamorado; en que instante él se había vuelto a enamorar que ella no estuvo presente; y cómo diantres le hacía para desenamorarse de alguien, sí ella, sin esperanzas siquiera lo quería a él desde hace tanto tiempo.

Los días pasaron y Dana intentaba no pensar en el chico con olor a detergente; intentaba no evocar su aroma. Pero era inútil, el contacto, las conversaciones nocturnas hacían infecundos sus intentos de no desearlo.

Un día de invierno, cuando el cielo estaba gris y el frío calaba por los huesos Dana citó a su ahora martirio en un parque cercano a un cerro; se vistió de morado, tomo su bolso y se llevó su libro favorito.

Llegó diez minutos tarde, con el pelo suelto y desordenado; él vestía de verde, le gustaba aquel color, sobre todo las tonalidades oscuras; y ese olor, quizá era su colonia, pero a Dana le seguía pareciendo detergente.

Ella le regaló un chocolate y le dijo que esta era una despedida; El estaba acostumbrado a las locuras de su amiga, le había escuchado decir muchas cosas, locuras y sin sentidos. Ella se puso de pie y se alejo; Él la vio caminar, sabía el motivo de la despedida.

Días después Dana recibió un mail de Alejandro con una pregunta: ¿Esta es una despedida de “no quiero verte nunca más” o de “hasta luego”?

Dana se quedó mirando el árbol que estaba fuera de su casa; se había preguntado reiteras veces si estaba bien lo que había hecho, quizá si hubiese esperado más él la hubiese tomado de la mano y caminarían juntos por la vida.

Con pena y nostalgia eliminó el mail: “No sé la respuesta, la vida lo dirá”

Y en la mente le repetía una vieja frase, de algún viejo libro: “Si algo sucede una vez, quizá nunca vuelva a pasar, pero si algo sucede dos veces, de seguro pasará tres”.

Quizá era una maldición o una bendición.

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