VII. PARA LEER...



Locura etérea




Quizá no se trataba sólo de él, pero en ocasiones ocupaba un lugar demasiado grande.

Susana se suponía ambigua; Etérea; La mente se le escapaba a largos monólogos donde la realidad era un agente casi inexistente, tal como la lógica. Era extraña esa mujer; Sin ser adulta no parecía una niña, sin ser triste no parecía alegre, sin ser mala no parecía buena; Ella lo sabía; había aprendido a subsistir con sí misma, con los llantos compulsivos, con las risas inventadas, con las palabras vacías y a ratos tan sabias, con el tiempo escaso y el ocio abundante; A ratos se sentía huérfana y ratos protegida, acompañada.

No mostraba mucha inteligencia; Ni le importaba; Extrañamente sobrevivió a la escuela y lograba a punta de milagros llevar una vida social; Tenía amigos, santos amigos, que algo le habían hallado; Porque a pesar de todo, seguían siendo eso, sus amigos.

Se llevó años escapando; Y buscando; Esta extraña mujer escapaba quizá de un amor inventado, quizá inexistente, quizá demasiado grande; Negado, aceptado y hasta asintomático; Escapaba, treguas y de vuelta; A ratos con una indiferencia glaciar y a ratos con la ilusión y pasión de una quinceañera, pero siempre etérea; La vida, quizá ella misma o el destino, habían negado que este “encantamiento” se volviera terrenal o hasta real.

Un día; Susana se quedó mirando un árbol; Un árbol inmenso y pequeño; A ratos hermoso y al instante grotesco; Se quedo mirando hacía dentro; De tanto observar comenzó a volar; Frente al árbol seguía; Volando llego a un sueño; siempre etérea se quedó en el sueño.

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