Volver al aula

He vuelto a hacer clases, después de años de trabajo en oficina, definiéndome como una arrepentida de haber estudiado pedagogía, la Vida “me orilló” a volver al aula. Llevo un poco más de dos semanas, dos semanas agotadoras, llenas de trabajo; pero creo que me ha salvado…

Como dice la canción volví, a caer con la misma piedra; y esta vez fue un golpe gigantesco, supongo que yo misma “caminé” hacía la caída, por ilusa, por no soltar los afectos y por aversión a la soledad.

Pero esta vez, entre medio de la tristeza y el enojo, respiré… dejé de agitar mi mente y dije adiós de la forma más tranquila y frontal que se me ocurrió y pude. Y se dio la casualidad que comencé a hacer clases.

Hacer clases es agotador y aún no sé cómo mantener atentos y a un volumen moderado a más de 40 adolescentes… No sé mucho en realidad, pero cuando estoy ahí me esfuerzo por contestar todas las preguntas, tratarlos con cariño y mantener el orden… Me gustan mis estudiantes, a veces les grito y me agota que no presten la atención suficiente o que hagan tanto ruido, pero tiene algo de hermoso estar ahí, uno llega a recibir afecto y varios te agradecen la disposición para explicar y la paciencia; otros te cuentan sus historias y te comienzas a llenar de esa energía que tienen esas grandes personitas a esa edad.

El otro día un amigo antiguo me preguntó cómo iba en el colegio, le conté que era agotador, pero que pensaba que iba bien, luego me preguntó por mi “corazón”, le dije que por vez incontable habíamos terminado con Piedrazo, pero que estaba “tranquila”, que este espacio de alta carga laboral y de enfrentar un nuevo desafío y cambio de vida, era una gran oportunidad para decirle adiós a una relación no muy sana, él estuvo de acuerdo conmigo y con ese humor característico de él me dijo: “si pos Clo, hay que admitir que esa relación es bien alta en colesterol” (y todos los sellos que ahora le ponen a la comida).

No sé bien porqué estuve en una relación “alta en colesterol” tanto tiempo, cómo me adentré en una dinámica en que “profundamente” hablando nadie salía beneficiado, quizá nunca lo sepa, y supongo que eso no es lo importante; lo importante sospecho yo es soltar, perdonar, incluida a mí y detenerme, no actuar torpemente, dejar que la turbiedad del agua decante.

Hacer clases me ha ayudado, he conocido a un montón de gente nueva, varias de las cuales pienso son maravillosas, incluyendo otros docentes y a mis alumnos.

Quizá la Vida me trajo a este punto. Este en que estoy un viernes por la noche sola y escribiendo, pensando a ratos que tengo harto trabajo, pero que quiero hacer las cosas bien, por el bien de mis estudiantes y el mío. Quizá la vida me trajo a este punto, en que tengo que hacerle frente a un gran desafío con el corazón roto, pero que siento que con las pequeñas muestras de afecto se va rearmando, como cuando mis compañeros hacen un desayuno especial y me llevan una barrita de cereal que sí como, porque recuerdan que soy vegana; o cuando algún estudiante me abraza por impulso o me regalan comida por pura muestra de afecto.

Estas semanas han sido agotadoras y he tenido que trabajar mucho con el corazón roto, pero en cierta forma han sido hermosas.

Me llegan las palabras que hace años me escribió el señor Vian: “ser profe es terrible, pero es hermoso como todas las cosas terribles que hacemos por opción y porque algo al interior de nosotros nos llama a hacerlas”.

Ojalá las cosas marchen bien y yo llegue a ser una buena docente.

Si es que alguien, alguna vez llega a leer esta entrada, estimado lector, si usted cree en el poder de los pensamientos, imagíneme siendo una profe “bakán” de esas que hacen que aprender sea una linda experiencia y que todo lo que aprendan mis estudiantes les sea de provecho y que sean inmensamente felices.

Si usted, querido lector, cree en el poder de los pensamiento, imagíneme liberada de ese seudo amor tormentoso, imagíneme en relaciones sanas, todo tipo de relaciones, en donde todos salimos beneficiados y estamos felices y en paz.

Yo me lo imagino a usted feliz, en la playa, el trabajo o hasta en esos “golpes quizá bajos que da la Vida”, me lo imagino en paz, reconfortado y alcanzando las causas de la felicidad. Desde acá, en un viernes en Chile, mientras escucho “el carrete de Bulnes”, yo a usted le envío amor, paz y ¡Un gran abrazo!

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