Hace 20 días me despidieron, fue una mala sorpresa y a ratos
un bello respiro. Sé que tengo que tener un trabajo para mantenerme, pero en
cierto grado sospecho que aquella labor me estaba “estancando” y a veces asfixiando.
No sé qué me espera, pero estoy aprendiendo a confiar en la
Vida (así con mayúscula, como dice Chocobuda).
Creo que últimamente me he perdido harto, como si los
intentos de transitar el camino medio llegaran sólo a eso, intentos, malos intentos
y a ratos confusión.
Pero a ratos lo veo más claro, o en realidad no lo veo, no
claramente como una revelación, sino que confío, confío en la Vida, en que
trabajé en lo deba (o quizá no trabajaré un tiempo) hasta que el “problema de a qué me
dedico” se resuelva, conmigo o sin mí y llegue a un trabajo que produzca bien
para todos. O que me daré de “cabezazos contra el vidrio o la pecera” en la construcción espiritual,
hasta que me “ordene y aclare” -y el problema se resuelva, conmigo o si mí- y
consiga hacer de la práctica espiritual un hábito y crezca. Lo mismo en todos
los otros muy importantes aspectos de la vida, como la familia y el amor (de
pareja).
Así que aquí estoy, a ratos un tanto asustada y algo
estresada, pero en la mayor parte del tiempo confío, confío en la Vida, rindiéndome
a su magia y sabiduría; y espero que aquella confianza crezca desplazando al
miedo.
Creo que ya ha pasado, quizá siempre pasa y uno ni lo nota,
pero la Vida parece conducirnos a “lo preciso”, en el momento adecuado (y con
una paciencia infinita).
Al final todo estará bien.
Gassho.
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